jueves, 30 de agosto de 2012





QUINIENTOS AÑOS DESPUÉS

Balance de la incorporación de Navarra a la Corona de Castilla

Pedro Sáez Mártinez de Ubago. El 24 de julio de 1512 la ciudad de Pamplona se entregaba sin combate a las tropas de Castilla y, con ello, se inició hace 500 años un proceso político y militar culminado por el refrendo de las Cortes de Valladolid de 1515 que no se trató, como algunos quieren hacernos creer, de una simple conquista salvaje sino de una unión dinástica en la que, mediante un acuerdo aequeprincipal entre ambos reinos. Según informó el propio Fernando el Católico a los procuradores, la línea sucesoria de los reyes de Navarra permanecería para siempre unida a la de los monarcas castellanos, pero que los fueros, libertades e instituciones del reino de Navarra seguirían subsistiendo. Por ello 1512 no representa de ningún modo el final de Navarra como reino independiente, ni mengua alguna de sus libertades: hechos que sólo se darían a partir de las ideas liberales que inspiraron la constitución de 1812 y el gobierno de Isabel II (1833-1868).
Eladio Esparza escribió que “Desde la muerte de Carlos III todo en Navarra es escomposición, pelea, rotura de vínculos, aliento de tragedia.” También, para algunos autores y escuelas que hoy sirven fines espurios e interesados, los accidentes del medio determinaban los caracteres étnicos y la debilidad del Viejo Reyno. Sin embargo, esta interpretación a caballo entre lo antropológico y lo etnográfico parece no sostenerse en un estado en donde, desde la romanización, podemos ver en las huellas de la toponimia, la supervivencia de Lumbier y Lecumberri nos proporciona un ejemplo extraordinario, la total coexistencia de lenguas y culturas.
¿Dónde buscamos entonces el mencionado “aliento de tragedia” que culminaría en 1512 con la unión dinástica del reino de Navarra a la Corona de Castilla, pero nunca con la desaparición del Viejo Reyno? Autores tan dispares como Arturo Campión o el Conde de Rodezno coinciden en la opinión de que ésta reside en la ubicación de Navarra. “El signo maligno que gobierna los destinos de Nabarra durante su última época de vida nacional es su posición geográfica” afirmaría el primero, coincidiendo con Tomás Domínguez Arévalo, para quien el reino estaba “fatalmente llamado a sucumbir por imperativos de lugar y de tiempo”
En efecto, a finales del siglo XV y principios del XVI, Navarra era un pequeño reino independiente presionado entre dos gigantes enfrentados por la guerra: la Monarquía de los Reyes Católicos y la Francia de Carlos VIII y Luis XII. Desde que el 21 de marzo de 1488, Fernando firmó en Valencia con Alain de Albret, rey de Navarra y aspirante a casarse con la heredera del ducado de Bretaña, un tratado en virtud del cual Navarra se comprometía a ayudar a Fernando contra Francia en la recuperación del Rosellón, se sucedería toda una serie de pactos y negociaciones que concluiría con la embajada enviada por Fernando, a través de Pedro de Ontañón a principios de junio de 1512, solicitando a los monarcas navarros 1) que Navarra se mantuviese neutral, entregando en garantía de ello la persona del Príncipe de Viana y las plazas de San Juan de Pie de Puerto, Maya y Estella; 2) Que, si Navarra ayudaba a Luis XII con sus estados de ultrapuertos, ayudara a Fernando con sus estados del sur de los Pirineos; y 3) Que si Navarra tomaba parte en la guerra, lo hiciera a favor de la Liga Santísima que defendía a la Iglesia y no a favor de Francia, enemiga del Papa (Julio II) y cuyo rey hugonote estaba excomulgado y declarado cismático. Una cuarta condición, expresada a fray Martín de Eulate, enviado de los reyes navarros pedía que Enrique de Albret, primogénito de éstos, como esposo prometido de la infanta Isabel o de su hermana Catalina, fuera llevado para su educación a la corte de Castilla.
Esta propuesta de Fernando muestra su moderación así como su intención de no atacar a Navarra, sino asegurarse su neutralidad para un ataque angloespañol a Gascuña. Sin embargo, ponía en difícil situación a Catalina de Foix y Juan de Albret, soberanos independientes como reyes de Navarra, pero vasallos del rey de Francia como herederos de las casas de Foix y Albret, propietarias de territorios casi tan extensos como su reino y más ricos, optaron por el doble juego de, mientras eludían dar a Ontañón una respuesta concreta alargando las conversaciones, firmar el 17 de julio un tratado con Luis XII en Blois, en virtud del cual éste ayudaría a Catalina y Juan con todo su poder y Navarra se comprometía a atacar al ejército inglés que había desembarcado en Castilla y a los enemigos del rey de Francia que iban con ellos.
Todo ello abocó a Fernando a una acción militar que nunca hubiera deseado. Porque, si Isabel y Fernando siempre soñaron con una unión de los reinos peninsulares de la España visigoda fundada en la fe católica, tras la conquista de Granada, último reducto musulmán, al igual que hicieron con Castilla y Aragón, en lo sucesivo recurrirían a la política de alianzas matrimoniales. Así, al igual que lo intentado entre la infanta Isabel y su boda con Manuel de Portugal o la infanta Juana con Felipe de Austria o Catalina con el príncipe de Gales, antes, en 1483, a la muerte de Francisco Febo, Fernando ofreció a Catalina la boda con el príncipe don Juan, heredero de la Corona de España. Pero Catalina preferiría la órbita francesa y casaría con Juan de Albret, quedando libre el príncipe don Juan para su boda con Margarita de Austria.
Este rechazo de Catalina debe, necesariamente, interpretarse en el marco de la profunda disociación entre el pueblo de Navarra, geográfica, histórica y étnicamente español y la dinastía reinante más francesa que española. Por eso, a decir de Moreno Echevarría, Fernando, además de con el apoyo de pueblo navarro, contó con la colaboración del partido beaumontés, al que pertenecía la mayoría de la población de Pamplona. Estos apoyos populares fueron lo que facilitaron la capitulación sin resistencia de Pamplona el 24 de julio y la ocupación prácticamente pacífica de la mayoría del reino en menos de 15 días.
¿Si Fernando no lo hubiera querido así, qué hubiera podido hacer Navarra contra los ejércitos de Castilla y Aragón, que habían conquistado Granada, Argel, Nápoles, Milán, iniciado la evangelización de América, anexionado la herencia borgoñona, tejido toda una trama de alianzas internacionales o derrotado repetidamente a Francia? De haber recurrido a la fuerza, Fernando el Católico se hubiera apoyado en el derecho de conquista y no hubiera necesitado formular el juramento del 23 de marzo 1513 en que como ”Rey de Navarra, por la presente confirmo los privilegios, libertades y exenciones, usos, costumbres del dicho mi reyno de Navarra y de las ciudades, villas y lugares y valles y personas particulares del, y juro a Dios y a la Cruz y a los santos evangelios en que pongo mi mano que como rey y señor del dicho reyno de Navarra guardare y fare guardar lo susodicho amejorandolos y no enpeorandolos y terne el dicho reyno derecho y justicia desfaciendo las fuerzas y violencias y no consintire ni dare lugar a que se faga división ni apartamiento de ningunas ciudades, villas ni lugares del dicho my reyno”.
Vistas las palabras del juramento así como lo dicho al principio del artículo, bien puede aseverarse que en 1512 el reino de Navarra no perdió nada, a no ser su línea dinástica. Pero esto tampoco es cierto, porque el 11 de abril de 1512, falleció en la batalla de Rávena, Gaston de Foix, Duque de Nemours, hijo de Juan de Foix, Vizconde de Narbona (hijo de Gaston IV de Foix y la reina Leonor de Navarra) y María de Orleans (hija de Carlos, duque de Orleans y María de Cleves) y sobrino de Luis XII. Y, carente de hijos, todos los derechos de esta rama del linaje, incluyendo los que alegaba a la herencia de Gaston IV, pasaban así a Germana de Foix, esposa de Fernando el Católico, cuyo hijo habido con este, el infante don Juan, murió en Valladolid el 3 de mayo de 1508, a las pocas horas de su nacimiento. Por consiguiente, todos los derechos de la Casa de Foix pasarían a la descendencia Fernando.
Pero Navarra, al tiempo que no perdía nada, al unir su destino al de la Corona de Castilla, obtuvo importantes beneficios.
1) Políticamente pasó de ser un reino títere de Francia a integrarse en la Corona de Castilla con todos los derechos de los naturales de este reino, centro y corazón de la Monarquía Católica y de un Imperio en el que no se pondría el sol, con todo lo que ello representaba. Podrá objetarse que Navarra sería gobernada por virreyes, pero también hubo navarros como José Manuel de Guirior, Juan de Palafox o José de Azanza, etc. que ocuparían virreinatos del Nuevo mundo, en cuya conquista y evangelización participó por ejemplo Pedro de Ursúa, o la sede primada de Toledo, como Bartolomé de Carranza. Y nótese que los ajenos a la Corona de Castilla no podían ocupar cargos ni en Castilla ni en América. Cambio que no se planteó hasta 1624, cuando el Conde Duque de Olivares, posiblemente el primer estadista moderno de la historia de España, dirigió al rey Felipe IV su memorial en el que exponía sus ideas en torno a la monarquía hispana.
2) Espiritualmente Navarra pudo mantenerse en el Catolicismo, al salir de la órbita francesa, que sería hugonota o calvinista hasta que, el 25 de julio de 1593, Enrique IV, primer Borbón que accedió al trono de Francia pronunciara la célebre frase Paris vaut bien une messe (París bien vale una misa), que se ha interpretado como que el personaje en el fondo siguió siendo calvinista, disfrazado de católico sólo para llegar al poder. Una prueba de lo arraigado del protestantismo en la corte navarra es la confesión de su notable jurista y diplomático Juan de Jaso, padre del más universal de los navarros, San Francisco de Javier.
3) Jurídicamente, Navarra, al contrario que Aragón, pudo mantener su condición de reino y su régimen foral e instituciones más allá de las severas medidas centralizadoras adoptadas tras la entronización de la casa de Borbón en la persona de Felipe V y los Decretos de nueva planta de 1707 y otras disposiciones posteriores semejantes de Carlos III, como las reformas militares y económicas de Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache o la religiosa inspirada por masones ilustrados como Pedro Rodríguez de Campomanes, el conde de Aranda o el conde de Floridablanca. Y de haber sido francesa la abolición de todo vestigio de fueros con la revolución francesa en 1789.
Es más que evidente que todo este estatus hubiera sido imposible de mantener si, en vez de incorporarse a la Corona de Castilla en 1512, Navarra, siguiendo la inclinación de sus monarcas Catalina y Juan hubiera entrado en la órbita de Francia, cuyos reyes, a partir de Enrique II (1517 – 1555) se intitularían reyes de Navarra.
Pero, guste o no a quienes ahora se disfrazan de progresistas y se llenan la boca hablando de “autodeterminación”, “libertad” o “democracia” en el marco de un sistema autonómico que, al contrario que el régimen foral, pone en peligro o rompe abiertamente la unidad de España, Navarra nunca ha estado tan amenazada como ahora en su esencia, su naturaleza, su régimen y su libertad, en virtud de lo estipulado en la Disposición Transitoria IV de la vigente Constitución española de 8 de diciembre de 1978, espada de Damocles que amenaza la españolidad de Navarra hace ya 33 transitorios años.


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Para una versión adicional sobre el tema desde la perspectiva de los vencidos
ver el siguiente enlace:


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